sábado, marzo 27, 2010

Estoy bien así

Cada noche antes de dormir hacía la señal de la cruz y agradecía por las cosas buenas del día y pedía por el día siguiente. Cada mañana abría los ojos, hacía la señal de la cruz otra vez, pero no pedía nada, solo decía "Buenos días". Al regresar del colegio y con el plato de almuerzo al frente, volvía a hacer la señal de la cruz y agradecía por lo que fuera que iba a comer ese día, incluso si era brócoli. Y, cuando viajaba, hacía la señal de la cruz al sentarme.

Es curioso, nunca le recé a Dios, ni a Jesús, ni al Espíritu Santo (¿alguien le reza al Espíritu Santo?). Siempre le rezaba a la Virgen, pero no la llamaba María, ni era ninguna de las tantas que hay, solo era Virgen. Es curioso, nunca recé en voz alta en el almuerzo o en conjunto con el resto, siempre lo hacía en silencio.

Cada vez que iba a misa, cantaba y rezaba y agachaba la cabeza cuando el cura levantaba la hostia sobre la copa y la campanita sonaba. Me dijeron que no debía mirar, por respeto, porque en ese momento Jesús estaba haciéndose presente. Y en clase de religión siempre escribía "Él", así con mayúscula, cuando hacía una referencia a Jesús.

Es curioso, a pesar de sentirme un poquito culpale, siempre desviaba la mirada porque quería saber quién tocaba la campanita. Es curioso, nunca tuvo sentido esa mayúscula

Y tenía un pequeño cuadrito de la Virgen en mi cuarto y una muñequita que brillaba en la oscuridad, pero no me sentía culpable cuando había apagón y la usaba como snitch para jugar quidditch en la oscuridad.

Me enteré de que había un grupo de jóvenes creyentes que se reunía cada miércoles para hacer reflexiones y hablar del "plan de Dios" y fui, era mejor que ir a misa, no me aburría. Pero con el paso del tiempo, no solo vi como mis amigos salían emocionalmente dañados, pero cuán grande era la hipocresía de los que lideraban este grupo.

Decidí irme, no me sentía cómoda y no podía creer que alguien que se supone que te ama incondicionalmente pueda poner tantas barreras a tu vida. Y empecé a cuestionarme y me di cuenta que cada vez creía menos. ¿Por qué tenía que agradecer por todo lo que tengo a alguien que nunca había visto y de quien solo sé por lo que me han dicho desde pequeña? ¿Por qué tenía que adorar a este alguien? ¿Que no soy dueña de mi vida? ¿Que tengo que dedicar toda mi vida mi vida a hacer cosas que harán que "viva mejor" después de muerta? y pensé, al cuerno con esto.

Y decidí que Dios no existía y fue difícil dejar de hacer lo que hacía cada noche, cada mañana, cada comida. Pero no porque me hiciera falta, sino porque se había convertido en una costumbre. Y era difícil no pedir ayuda en los momentos en que me sentía más sola e indefensa, mi voz interior automáticamente empezaba a pedirla.

Pero me siento satisfecha porque sé que todo lo que logro es porque yo lo he hecho, que todo lo que me sale mal es porque no puse más esfuerzo, que todo lo que tengo es porque mis padres se rompen el lomo cada tarde en el trabajo. Que mis problemas no se van a resolver si lo pido de que nadie va a dejar de morir por más que ruegue. Que no hay otra vida después de que muera.

Hace dos semanas en un avión. La turbulencia hizo que todos gritáramos y yo nunca me había sentido más asustada. Pero no pensé en Dios, menos en la Virgen, no pensé en nada más que la tristeza de la gente que amo si esa turbulencia hubiera sido más que una simple turbulencia. Me puse a temblar y las lágrimas no paraban de salir. La señora del costado me dijo: piensa en Dios, él está aquí y por eso nada malo va a pasar. Solo me sentí bien cuando la aeromoza me explicó que el aire caliente produce una turbulencia mayor que el aire frío.

Mi mamá pone un rosario en mi maleta cada vez que viajo y mi papá dice que es bueno creer y, a pesar de que mi hermana dice que no cree en la religión, se molesta un poco con mis razonamientos. Mi novio dice que en algún momento volveré a creer porque él se sintió igual.

La verdad, nunca me sentí más libre y más feliz que ahora que soy capaz de no encontrar alivio en un personaje de ficción.

sábado, marzo 20, 2010

"A ti no te extrañé"

Salí del avión y cuando llegué a la faja a recoger mis maletas, cuyo peso era de 30 kg cada una, se atrevió a ofrecerme ayuda para ponerlas en el carrito. Traté de hacerlo yo sola, pero me fue imposible, así que le pedí ayuda al señor de mi costado, que, con algo de molestia me ayudó a cargarlas. Continué a través del control de aduanas y, para mi mala suerte, salió la luz roja en el poste de salida, lo que suponía pasar mis maletas por la máquina de rayos x para verificar que decía la verdad en mi declaración de aduanas. A diferencia del resto de la gente que se iba a la derecha, yo tuve que voltear a la izquierda, donde dos oficiales me esperaban sentados para la revisión. Me detuve al costado de la máquina y me quedé parada esperando que alguno de ellos me ayudara a mover las maletas. Ambos se me quedaron mirando con cara de "por qué no te mueves, pon tus maletas en la faja". Miré a uno de ellos y le dije "¿me puede ayudar?" y con un suspiro de molestia se levantó y cargamos las maletas juntos. Fui a esperarlas al otro lado de la máquina y cuando la revisión terminó, al igual que cuando comenzó, ambos oficiales, sentados junto a sus computadoras, me miraron con cara de "ya acabó, llévate tus maletas". Nuevamente pedí ayuda. Empujé mi carrito hasta la salida y, de pronto, estaba rodeada de 4 taxistas preguntándome a dónde iba y si quería que me lleven.

Y pensé, Lima, a ti no te extrañé.

No extrañé tus buses viejos, ruidoso y, asfixiantes. Sus cobradores irrespetuosos y malhumorados. Sus conductores que esperan a la tercera luz verde para avanzar y cuyas maniobras y velocidad superan de muy lejos cualquier persecución policial producida en Hollywood.

No extrañé a tus pervertidos que caminan por las calles por las que yo camino, que toman los buses que yo tomo, que estudian en la universidad que yo estudio. A esos que acechan, a esos que hacen que no pueda sentirme cómoda en el verano porque siempre pensaré que sería mejor si pudiera caminar con un poncho que me cubra hasta la punta de los pies.

No extrañé a tu gente malhumorada y prepotente. No extrañé a tu gente que cree que es mejor que nadie. No extrañé a tus trabajadores que piensan que me hacen un favor cuando les estoy pagando por lo que hacen. No extrañé a tu gente "viva" y "conchuda". No extrañé a tus "choros"

No extrañé tu suciedad, tu olor, tu ruido.

No te extrañé y, cada vez que me voy, nunca te extraño y, cuando me vaya otra vez, no te extrañaré.